Por Josué I. Hernández
El trabajo de un fiel
predicador del evangelio, es predicar la palabra con paciencia (cf. 2 Tim.
2:24-26; 4:2). No leemos en la Biblia que el trabajo del predicador sea el
ocuparse de investigar a algún hermano, o grupo de hermanos, para luego
informar los resultados de su investigación a otros de su persuasión. Tal
proceder es totalmente desconocido en las páginas del Nuevo Testamento, y es
una violación del procedimiento de disciplina que cada iglesia local debe llevar a cabo en su autonomía y
jurisdicción (cf. 1 Cor. 5:1-13; 1 Tes. 5:14; 2 Tes. 3:6,14,15). Porque la
jurisdicción de la iglesia local se limita a sus miembros.
Es más, el convertir a
predicadores en "investigadores" se presta para la murmuración y el
chisme, y en la práctica hace de quienes deben ser "predicadores del
evangelio", una casta de “investigadores secretos”, y no hay autoridad
para semejante escenario en el cuerpo de Jesucristo.
La información responsabiliza a
quien la posee, según la capacidad y oportunidad del que sabe algo; pero, la
acción del que tiene cierta información siempre debe conformarse al patrón del
Nuevo Testamento (2 Tim. 1:13).
Ninguno podría “cortar comunión”
por información obtenida forzosamente, y de manera inadecuada, o empecinarse en
imponer su juicio en la hermandad por “datos” que maneja de algún hermano a
quien investigó o envió a investigar. A su vez, ningún fiel predicador debe
aceptar alguna petición para investigar a hermanos, sin importar que su salario
quede en juego por ello. Debemos hacer lo correcto, estando dispuestos a pagar
el precio, agradando a Dios antes que a los hombres (cf. Gal. 1:10).